Este es un relato muy personal sobre el paso del Huracán María por la isla de Puerto Rico la noche del Martes 19 de Septiembre 2019.
La isla de Puerto Rico en su posición geográfica ha sido afortunada. A pesar de haber sido azotada por estos fenómenos de la naturaleza, casi siempre terminamos en la mayor de las ocasiones viendo como nos pasan de largo. Así que antes de María, observamos a Irma acercarse por el lado noreste y luego adentrarse un tanto más lejos en el mar y continuar su curso al norte en aguas del Atlántico. Solo sentimos en la isla sus vientos de tormenta tropical, 35 millas por hora en intensidad. O sea la parte de afuera del Huracán.
Martes 19 de septiembre 2017.
En la noche comenzamos a sentir vientos. Esos de tormenta tropical. El aviso de lo que se acercaba. Durante el día la comunidad Puertorriqueña estaba activada en las redes sociales. Facebook, Twitter en su mayoría. Expresiones de solidaridad desde los de la diáspora hacia la isla y de los locales también.
A las 6:00 A. M. fui al supermercado local, Ralph’s a comprar algunas cosas, productos enlatados y así a pertrecharme para sobrevivir la tormenta. Aunque teníamos la esperanza de verla venir, acercarse y seguir su camino tal cual había sucedido con Irma. Todos los pronósticos apuntaban; los meteorólogos de acuerdo en que esta nos pegaba de frente. No había condiciones atmosféricas para que se presentara algún cambio en su curso. Como en otras ocasiones hay variaciones que pueden desviarlos, pero esta vez no fue ese el caso.
La escena en el supermercado me pareció algo sombría. No se hacían bromas, las conversaciones que se tienen entre personas cuando están esperando en fila por un largo tiempo. Tal parece que las palabras de los expertos del clima y el hecho que estaba la isla en alerta ya de Huracán; ayudaron a que de manera colectiva hubiéramos aceptado la realidad que era ya inminente su paso.
Fue allí, mientras esperamos el turno para pagar, hay una dama al frente, junto a la caja preparándose para pagar; la cajera que espera y ella rebusca su cartera y de repente se escucha una alarma, una sirena de esos vehículos de emergencia, La Policía o una Ambulancia. No se distingue el mismo, nadie logra ver nada a pesar de la gran vitrina que domina el frente del supermercado. Es entonces cuando la dama levanta la mira en dirección de donde viene el sonido, Y exclama en voz alta: ¿Qué es eso? Como si ella esperaba que alguien respondiera, como si estuviese pensando en voz alta. Pero nadie respondió. Nadie dijo nada. Pero la voz de ella sonaba como si estuviera desconcertada, y en esto hacía eco al sentir de todos los presentes.
Martes en la mañana. Se esperaba que el ojo del Huracán entrara en la isla a las ocho en la mañana del Miércoles por la costa sudeste de la isla. Los pueblos de Maunabo, Yabucoa, Humacao, Naguabo. Luego nos enteramos de que entró de hecho por Yabucoa mi pueblo natal. Creo que el ojo entró mucho antes de los previstos, o al menos así lo sentí yo. Me recosté en la cama cerca de la media noche, pero en realidad no duerme uno. Antes había estado en las redes sociales, despidiéndome que mis contactos porque estaría unos meses sin conexión al internet, les dije. Y como Facebook tiene la capacidad y medios para grabarlo todo, esa noche entre saludos y conversaciones tenía al final de la sesión unas 38 entradas registradas en unas tres horas.
Así fue que para las once y media cuando ya se sentían los vientos como de tormenta tropical. Estoy acostumbrado a esos vientos de tormenta tropical. Siempre es lo que había experimentado. Para otros Huracanes, Hugo y Georges, yo estaba ya en América. (USA)
Los vientos de María comenzaron a incrementar su fuerza. Estoy en el corazón del area por donde tocará tierra el ojo de la tormenta. Así que siento el viento golpear el lado norte de mi apartamento en cuanto al acomodo y distribución de la planta física de mi apartamento. Una puerta de metal sirve de entrada principal para el mismo y que ahora se sacude frenéticamente. Es del tipo ese de puertas que llaman de seguridad, solamente tiene unos 8 años de estar ahí instalada, es relativamente moderna. Al lado la ventana del baño recibe también el impacto del viento que viene cargado de todo y cuanto puede arrastrar a su paso. La lluvia se siente en las ventanas de aluminio como golpes de metal. Y se sacude la puerta, la veo con temor como parece el viento presionar hacia adentro. El agua se cuela adentro por los lados y la parte de abajo de la misma, de igual manera se cuela adentro entre las hojas de la ventana del cuarto de baño. Es el tipo de ventana que nuestros antepasados llamaban; ventanas de Miami.
Continúa el embate del viento, ahora cambia al lado izquierdo donde hay otra ventana pequeña justo en el área de la cocina. Cuando el viento arrecia, presiona la puerta hacia adentro para luego ceder, creando la ilusión como si succionara la misma luego de presionar hacia adentro. Puedo ver con temor como mi puerta se mueve al son que marca el viento. Y la idea de que va a ceder aumenta con cada ráfaga de viento. Creo en el poder sobrenatural de Dios. Si antes había estado meditando en su poder, ahora estoy clamando. No me gusta la danza que tiene mi puerta, mi puerta con el viento. Cada ráfaga de viento se siente como tortura china. Sigo clamando, esperando y pensando.
Me gusta cada vez menos esta danza entre viento y puerta, y el agua que se cuela de los lados y la parte de abajo hacia adentro como si quisiera unirse a la fiesta, a la cadencia del baile. No es un río de agua que se filtra hacia adentro, gotas que salpican el piso. Las hojas de la famosa ventana de Miami, ante la presión de las ráfagas de viento, se abren, parecen parpadear, se abren para volver a cerrarse cuando cede el viento en su presión sobre ellas.
Es una noche espantosa. Como una película de terror y no me gustan esas para nada. Me siento lleno de estrés. Aunque creo que Dios es grande y no hay nada que este sobre su poder o fuera del mismo como para ir en contra de lo que él ha ordenado en la tierra.
Cuando cambia el viento, golpea una vieja puerta de madera. La misma mira a la calle,
del apartamento hacia el balcón. Oigo como cruje la madera. No porque sea vieja, más bien por no estar en las mejores condiciones. Es la fuerza de un Huracán categoría 4. Con sus vientos de 165 millas por hora. Oigo árboles que se rompen, ruido de metal que golpea. Un sonido hueco. Es el sonido de las planchas de zinc, el laminado que aún se usa para techar algunas residencias.
Por si fuera poco ya, continua esa danza entre viento y puerta y el agua que se cuela adentro.
Hay una pausa, ¿Será el ojo del Huracán? No me animo a mirar afuera. ¿Qué hora es? No sé. Creo que parece como si fuera a amanecer. Se ve algo de luz, claro, oscuro, a través del tragaluz en la pared donde está el fregadero. Me recuerda ahora mostrando la claridad de la mañana; que en otras circunstancias me estaría levantando ya. Si porque he llegado a esta edad donde no necesita uno despertador. Me despierto a medida y como avanza la luz del día.
Falta aún para que termine todo esto. Vuelve otra vez el viento y su intensidad. Si mi abuela estuviera aquí, me diría que es la virazón de la tormenta. Pero es que ha pasado el ojo y vuelve el viento con toda su intensidad. Ahora está en el lado opuesto del apartamento. Las ventanas que miran a la calle. Son las que ahora, parpadean en respuesta al viento y filtran el agua hacia adentro. Estoy cambiando el frente de acción hacia ellas, mapo en mano para secar. Tal parece como si afuera la tormenta se sacude, porque cambia de frente, golpea al otro lado y vuelve de nuevo. Tiene coraje tal vez, se le acaba el tiempo y sabe que se tiene que ir.
Dios es bueno. A pesar de todo y la intensidad de la tormenta, no hubo puerta ni ventana que cediera ante la fuerza del viento. Había pensado que, en caso de ello, correr al cuarto de baño y encerrarme allí, con todas mis pertenencias de valor. Mi cartera, ropa que había acomodado en grandes bolsas de plástico, zapatos, mi correa, almohada, ropa de cama, mi ropa, mi laptop, altoparlantes de la laptop, y el cilindro de gas que ya tengo guardado en el baño. Pensé en Robinson Crusoe. Pertrechándose de todo y cuanto pudo del barco.
De haber sido necesario, hubiera hecho lo mismo con mis pertenencias.
Pero no fue necesario, a medida que avanzaba el día los vientos disminuyeron en intensidad. Puede respirar más tranquilo. Nunca perdí mi confianza, mi fe en Dios.
Entonces miré por la ventana: ¿Qué pasó con las ramas de los árboles?
Una mano llegó en la noche y cortó con inmensas tijeras la copa y ramas de los árboles. Ahora solo quedan el tronco en algunos casos y ramas mayores. No hay árbol con hojas. La ausencia de hojas deja la ladera y toda la montaña completamente al descubierto. Casas en la montaña, una vez cubiertas por la vegetación, ahora están a plena vista. Todo se ve más cerca. Es un cuadro melancólico. Parece como un cuadro de tristeza, ver la montaña así, le falta algo y creo que le gustaría estar como antes, vestida de verde.